"Vivir en el mundo sin conocer las leyes de la naturaleza es como ignorar la lengua
del país en el que uno ha nacido"


Hazrat Inayat Khan (místico musulmán sufí)
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¿Conocemos el mundo real o nuestra mente lo imagina?

¿Percibimos realmente lo que nos rodea? ¿Los cinco sentidos –deberían ser algunos más– nos permiten percibir realmente lo que hay a nuestro alrededor? La respuesta, aunque pueda parecer extraña, es negativa. Si bien los sentidos nos hacen creer que vemos, oimos, sentimos el mundo que nos rodea tal como es, lo que percibimos realmente es una interpretación personal hecha por nuestro cerebro.



En un sentido estricto ¿una planta ve la luz? De la misma manera que la gravedad no se ve (si detectamos el peso de un objeto, ¿por qué no se incluye esto como un sentido?), las plantas no ven la luz. Sin embargo, al crecer los tallos se dirigen hacia la luz y contra la gravedad. No ven en el sentido que nosotros damos a ver algo, pero tienen sustancias químicas que causan el crecimiento del tallo hacia la luz y en la dirección contraria a la gravedad.

De la misma forma podríamos contestar si la pregunta se refiere a una cámara de fotos. La cámara no ve nada pero puede grabar una información digitalizada de lo que haya recibido que puede ser transformada posteriormente en imagen reconocible por nosotros.

Pensemos ahora como razonaría una planta lista: ¿un animal ve la luz? Evidentemente, pensaría la planta lista, no la ve. Lo que tienen los animales son unas sustancias químicas que al detectarla causan una reacción y una transmisión nerviosa que llega al cerebro, allí las señales se distribuyen en diversos módulos que detectan unos la longitud de onda para convertirla en algo que no existe, como son los colores, otros detectan el movimiento, otros módulos detectan las formas, y así poco a poco va analizando y creando otras transmisiones que envía a otros módulos para comparar esas informaciones con otras experiencias previas similares que guarda en su memoria. Todas estas transmisiones y análisis llevados a cabo por sus neuronas confieren al animal un concepto, una idea, para interpretar lo que ha detectado el ojo. Después de tantas idas y venidas no hay dos cerebros que interpreten lo mismo ni que almacenen el mismo recuerdo. La planta lista puede, por tanto, concluir que los animales no ven el mundo exterior ya que si todos vieran lo mismo deberían extraer la misma imagen, de la misma manera que dos cámaras fotográficas de características similares que ven lo mismo sacan la misma imagen, lo que no ocurre en los animales.

Si hacemos este ejercicio mental y analizamos nuestros sentidos como lo haría la planta lista, descubriríamos que los humanos no vemos la luz, los colores o las formas, no oimos el sonido, no sentimos el tacto de lo que tocamos ni percibimos los olores y sabores. Entonces, ¿cómo conocemos el mundo que nos rodea?

En una entrada previa de este blog analizaba cómo detectamos los sabores. En ella explicaba que el sabor comienza con una reacción química entre las sustancias que tocamos con la lengua y las diferentes proteínas receptoras que hay en las papilas gustativas de la lengua. Si tenemos los receptores adecuados podremos obtener el sabor de una sustancia, pero si no los tenemos, como los felinos no tienen los del sabor dulce o el oso panda los del sabor umami, no podremos detectar sabor alguno. Esto es lo que ocurre con muchísimas sustancias que no nos saben a nada, como el agua pura, el aire, el plástico, los metales, casi todos los minerales y otras. ¿Si no detectamos el sabor de una sustancia significa que no tiene ningún sabor? ¿El oso panda acierta cuando piensa que la carne no tiene ningún sabor? Los sabores que detectamos dependen de los receptores que dispongamos. Para nosotros los granitos de cuarzo no saben a nada mientras que sí tienen sabor los de sal común. ¿Sienten lo mismo el resto de seres vivos?

En la entrada mencionada veíamos, además, que con muy pocas variaciones de los genes que determinan a los receptores, se consigue una variabilidad tan enorme que causa, casi con toda seguridad si pudiéramos medirlo, que no haya dos personas que perciban exactamente los mismos sabores.

De la misma manera, para detectar la luz disponemos de fotoreceptores en la retina, para el sonido tenemos los receptores del órgano de Corti en el oido interno, disponemos de receptores nerviosos en la epidermis para detectar el tacto, presión, estiramiento de la piel, temperatura y dolor, y en la pituitaria olfatoria tenemos alrededor de veinte tipos diferentes de receptores de una amplia variedad de sustancias volátiles que podemos oler. Quienes carezcan de algunos de estos receptores (daltonismo, dismución de sensibilidad a algunas frecuencias sonoras, anafia, anosmia, hiposmia o carencia de algunos de los más de diez mil olores detectados) no detectarán esas señales. También entre los que detectan las señales los hay que prefieren un color u otro, que les agrada oler una sustancia mientras a otros le repele, como ocurre con la gasolina y algunos disolventes orgánicos, que les agrada o repele el tacto de una determinada tela, o que sienten amor u odio por las espinacas como ya vimos.

En esta lista de preferencia/repulsión no he incluido al sonido. No hay nada tan distante del mundo real como la captación del sonido y, sin embargo, todos los humanos, en una medida u otra, y parece que desde nuestro origen como especie, detectamos casi los mismos sonidos y amamos la música (aunque no todos detectamos los mismos volúmenes, tonos y timbres, ni apreciamos los mismos ritmos y melodías). Sin embargo, ¿todos oimos lo mismo? Seguro que no. Vean, si no, el recorrido que sigue el sonido antes de que nos enteremos. La vibración del aire, que llamamos onda sonora, impacta sobre el tímpano que transmite esta vibración a tres huesesillos en serie que, a su vez, el último de ellos, el estribo, transmite la vibración a la perilinfa del oido interno que finalmente es captada por las células ciliadas del órgano de Corti. Es decir que la vibración externa de un medio gaseoso ha de pasar por cuatro elementos sólidos y uno líquido, con toda su infinidad de variaciones, para llegar a los receptores. Después de este recordatorio, ¿cree el lector que todos oimos lo mismo y con la misma sensibilidad?, habría que responder con la forma coloquial: "¡ni de coña!"

La detección de la señal por los receptores, además, no es la que crea la sensación que confiere cada uno de los sentidos. La activación de los receptores determinan una reacción química en las células que los contiene. Esta reacción da lugar a una señal que es recibida por las neuronas con las que están asociadas y éstas inician su transmisión al cerebro. En el cerebro estas señales se distribuyen por una amplísima variedad de módulos que analizan la información que les llega y éstos, a su vez, transmiten otras señales a otros módulos de memoria, comparación con memorias previas, interpretación de otras transmisiones asociadas, y tras un largo y complejo mecanismo de transmisiones entre neuronas, que pueden durar milésimas o millonésimas de segundo, nuestro cerebro crea su interpretación para hacernos una idea personal de lo que los receptores de los sentidos detectaron.

Nuestro cerebro no está hecho para crearnos una imagen fiel del mundo exterior. Nuestro cerebro, igual que el resto de nuestro organismo y el de cualquier ser vivo, está moldeado por la evolución para conseguir la mayor eficacia en nuestra supervivencia con el único objetivo de conseguir la máxima capacidad reproductora. Para cumplir este objetivo no es necesaria una imagen exacta de nuestro entorno, se consigue una mayor supervivencia mediante una correcta interpretación del peligro o la seguridad de lo percibido y en esta interpretación influye de forma determinante las emociones asociadas a los estímulos percibidos, las experiencias previas, la cercanía o lejanía con otros individuos del grupo y muchos otros condicionantes internos y ambientales.

Todas las transmisiones entre los órganos de los sentidos y el cerebro, y dentro del cerebro entre unos módulos y otros, se realizan mediante comunicaciones entre las neuronas llevadas a cabo por la liberación y absorción de una serie de sustancias químicas y entre ellas dominan las conocidas como neurotransmisores. Entre los mejores conocidos están la dopamina, serotonina, oxitocina, noradrenalina, acetilcolina y algunos más. Aunque no se conoce con detalle todas las funciones de estas sustancias, se sabe que están asociadas con la estimulación emocional de la mayoría de nuestras transmisiones sensoriales.

La diferente intervención de estos neurotransmisores influyen en las emociones asociadas a los estímulos que almacenamos en nuestra memoria. El resultado final, el concepto que almacenamos, está, consecuentemente, influido por ellos y pueden modificar amplísimamente la percepción final, la interpretación de lo percibido y la memoria que acumulamos.

Dado que los neurotransmisores y sus receptores, a los que éstos se han de unir para su funcionamiento, son sintetizados por nuestras proteínas, que a su vez están determinadas por nuestros genes, la cantidad y disponibilidad de los neurotransmisores y sus receptores varía de unas personas a otras simplemente por la gran variabilidad genética que tenemos en nuestro genoma. Así, podemos tener de forma normal mayor actividad de unos y menor de otros que serán responsables directos de las enormes diferencias entre las personas en cómo responden a los mismos estímulos. Estas respuestas emocionales influirán de forma decisiva en nuestro comportamiento que, a su vez, influirá en las respuestas a otros estímulos ambientales.

Como he mencionado, estos condicionadores de nuestras percepciones y respuestas a nuestro ambiente están inicialmente determinados por nuestros genes y de la variabilidad de éstos depende en gran medida la variabilidad interpersonal de nuestras percepciones, respuestas, memoria y, en definitiva, su influencia sobre nuestro comportamiento.

Aunque cada vez se van conociendo más detalles sobre la transcendencia que cada neurotransmisor tiene sobre el comportamiento, también se avanza de forma paralela en el conocimiento de la modificación de su actividad debido a la interacción con otros neurotransmisores, a la memoria de otras emociones asociadas previamente y las consecuencias de las variaciones de su disponibilidad como origen y/o efecto de algunas enfermedades mentales. También puede modificarse de forma ambiental su cantidad y repercusión por ejemplo por ingestión de sustancias químicas como drogas, por la emotividad asociada a la recepción, por la repetición y entrenamiento previo, por la actividad social y laboral que desarrollemos, por la ingestión de algunos alimentos, etc.

Aunque de todos los neurotransmisores mencionados más arriba, dopamina, serotonina, oxitocina, noradrenalina y acetilcolina, no se tiene el mismo conocimiento, en una próxima entrada de este blog haré una descripción, aunque sea breve, de lo que se conoconoce actualmente de algunos de ellos y de las influencias que tienen sobre nuestro comportamiento.


Referencias
- Bahena-Trujillo, R. y otros. 2000. Dopamina: síntesis, liberación y receptores en el Sistema Nervioso Central. Rev. Biomed. 11:39-60.
- Fowler, J.H. y otros. 2009. Model of genetic variation in human social networks. Proc. Nat. Acad. Sci. USA 106:1720-1724
- Marsden, C.A. 2006. Dopamine: the rewarding years. British J. Pharmacol. 147:S136-S144
- Rubia, F.J. 2007. El cerebro nos engaña. Edic. Temas de Hoy.

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